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La renta básica no es sólo una buena idea, es un derecho de nacimiento

LA RBUI más que una buena idea

Plan B

Artículo publicado en The Guardian, el sábado 4 de marzo de 2017

Por Jason Hickel  @jasonhickel

Una renta básica podría derrotar la mentalidad de la escasez, inculcar un sentimiento de solidaridad e, incluso, aliviar la ansiedad causada por el Brexit y Trump.

Nadie debería ser privado de los recursos necesarios para vivir. Fotografía: VisitBritain/Getty

Todo estudiante aprende sobre la Carta Magna, el antiguo rollo que consagró los derechos de los barones contra la arbitrariedad de los monarcas ingleses. Pero la mayoría nunca ha oído hablar sobre su posiblemente más importante hermano, el “Fuero de los Bosques”, publicado dos años después, en 1217. Este corto, pero poderoso, documento garantizaba los derechos de los plebeyos a las tierras comunales, que podían usar para labrar, pastar y para recolectar agua y madera. Otorgó reconocimiento oficial a un derecho que a los seres humanos casi en cualquier lugar se les ha conferido: que nadie debería ser privado de los recursos necesarios para el sustento.

Pero este derecho, el derecho de residencia, sufrió un brutal ataque comenzando el siglo XV, cuando los nobles enriquecidos principiaron a cercar las tierras comunales para su propio beneficio. En los siguientes siglos, el “movimiento del cercado”, como llegó a ser conocido, provocó el paso de millones de acres a manos privadas, desplazando a gran parte de la población campesina. Excluida de los medios básicos de supervivencia, a la mayoría no le quedó otra opción más que venderse a cambio de un salario, por primera vez en la historia.

Y no sólo fue en Inglaterra. El mismo proceso se desplegó a lo largo de Asia, África y la mayor parte del sur del mundo, cuando los colonos europeos reclamaron la propiedad de las tierras, bosques y recursos acuíferos que fueron previamente poseídos en común, dejando a millones sin recursos. En gran parte del mundo colonial, el objetivo -o, al menos, el efecto- fue conducir a la gente al mercado de trabajo capitalista, donde, a cambio de bajos salarios y pobres condiciones de vida, ellos y sus descendientes explotarían las minas, plantaciones y talleres, para exportar los productos a Occidente.

Al llegar la época del colonialismo a su fin, los gobiernos de muchas naciones recién independizadas buscaron revertir estos patrones de desposesión histórica a través de programas de reforma de la propiedad de las tierras. Pero fueron rápidamente forzados a abandonar este intento por grandes propietarios extranjeros de tierras y por entidades internacionales de crédito. En su lugar, el nuevo plan para erradicar la pobreza (el sueño del desarrollo) basculó hacia llevar a la gente aún más hacia el mercado de trabajo. Los empleos fueron aclamados como la salvación de los pobres: tal como afirmó el Banco Mundial, “el trabajo es la senda más segura para salir de la pobreza”.

Pero ahora esta promesa ha comenzado a parecer vacía. Con el ascenso de los robots, el empleo robusto ya no es una esperanza realista. Sabemos que la automatización es una amenaza real para los trabajos en el norte del mundo, pero la amenaza es mucho peor en el sur. Las principales industrias allí, tales como pequeñas manufacturas electrónicas y textiles, son las más susceptibles de ser automatizadas. Según un informe de las Naciones Unidas, hasta dos tercios de los empleos en los países en desarrollo podrían desaparecer en el próximo futuro.

Todo esto es amargamente doloroso, particularmente para el mundo post-colonial. Primero fueron desposeídos de sus tierras y se les prometió trabajos en su lugar. Ahora, serán privados de sus empleos y muchos quedarán, literalmente, sin ninguna posibilidad de sobrevivir. Su carencia de todo será absoluta. El desempleo tecnológico hará prácticamente desaparecer los modestos logros contra la pobreza que han sido conseguidos en las pasadas décadas, y el hambre crecerá con mucha probabilidad.

Los gobiernos están luchando para dar una respuesta, aunque no tienen muchas opciones. Pero algo sobresale de lejos como lo más promisorio: una renta básica universal.

Una vez una idea marginal, la renta básica está ahora abriéndose camino rápidamente adentro de la imaginación pública. Finlandia está llevando a cabo un experimento de dos años con la renta básica. Utrecht, en Holanda, está implementando un ensayo también. Y Combinator lo está intentando, así mismo, en Oakland, Estados Unidos. Escocia parece, posiblemente, seguir su ejemplo. Y los programas de transferencia de dinero se han mostrado exitosos en Namibia, India y docenas de otros países en desarrollo, desatando lo que algunos estudiosos han designado como “una revolución del desarrollo desde el sur del mundo”. En Brasil, para citar sólo un ejemplo, las transferencias de dinero han ayudado a recortar las cifras de la pobreza a la mitad en menos de una década.

Pero el éxito de la renta básica, tanto en el norte como en el sur, depende completamente de cómo la encuadremos. ¿Será proyectada como una forma de caridad a cargo de los ricos? ¿O será proyectada como un derecho de todos?

Thomas Paine fue uno de los primeros en argumentar que una renta básica debería ser introducida como una especie de compensación por la desposesión. En su brillante panfleto de 1797, “Justicia Agraria”, apuntó que “la tierra, en su estado natural no cultivado, fue y siempre debería seguir siendo la común propiedad de la raza humana”. Era injusto que unos pocos la cercaran para su propio beneficio, dejando a la gran mayoría sin la herencia que les corresponde por derecho. Para Paine, esto violaba los más básicos principios de justicia.

Reconociendo que una reforma agraria sería políticamente imposible (porque trastornaría a todos los propietarios actuales), Paine propuso que quienes detentaran propiedades deberían pagar una “renta del suelo”, una pequeña tasa por los rendimientos de sus tierras, a un fondo que sería luego distribuido a todos como renta básica incondicional. Para Paine, esto constituiría un derecho: “justicia, no caridad”. Se trataba de una poderosa idea y fue ganando terreno en el siglo XIX, cuando el filósofo americano Henry George propuso un impuesto sobre el valor de la tierra, que costearía un dividendo anual para cada ciudadano.

La belleza de este enfoque es que funciona como una especie de levantamiento de las vallas. Es como retomar el antiguo “Fuero de los Bosques” y el derecho de acceso a lo común. Restaura el derecho al sustento, el derecho a la residencia.

Los críticos de la renta básica frecuentemente se quedan atascados en cómo financiarla. Pero una vez que nos damos cuenta de que está ligada a lo común, ese problema se convierte en más manejable. En el estado americano de Alaska, los recursos naturales son considerados como propiedad común de todo el mundo, por lo tanto, cada residente recibe un dividendo anual proveniente de los ingresos del estado por petróleo.

El modelo de Alaska es popular y efectivo y los estudiosos han mostrado que el mismo enfoque podría ser aplicado a los otros recursos naturales, como los bosques y las pesquerías. Incluso podría ser aplicado al aire, con un impuesto sobre el carbono cuyos rendimientos serían distribuidos como un dividendo para todos. Y el resultado es que este enfoque ayuda a proteger lo común contra el abuso, permitiendo a nuestro Planeta un poco de espacio para regenerarse.

Poner en práctica esta idea requeriría de voluntad política, pero está lejos de ser imposible. De hecho, algunas investigaciones indican que esta medida podría ser más fácilmente implementable que otras políticas sociales. Incluso en los Estados Unidos, destacados políticos -como el antiguo secretario del tesoro Henry Paulson y dos antiguos secretarios de estado republicanos- ya han propuesto un impuesto sobre el carbono y un plan sobre el dividendo. La idea de una renta básica goza también de amplio y creciente apoyo por parte de figuras notables, tales como Elon Musk o Bernie Sanders.

Hay riesgos, por supuesto. Algunos temen que una renta básica lo único que haría sería acrecentar el nacionalismo que se está extendiendo por el mundo en estos momentos. ¿Quién tendría derecho a las transferencias monetarias? La gente no querrá compartirlas con los inmigrantes.

Es una preocupación legítima. Pero una manera de afrontarla es pensar en términos más universales. El patrimonio natural de la Tierra pertenece a todos, como Paine señaló. Si lo común no conoce fronteras, ¿por qué no establecer una renta ligada a lo común? En efecto, ¿por qué los pueblos de las naciones ricas en recursos deberían obtener más que sus vecinos de las naciones pobres en recursos? Un impuesto sobre los recursos y sobre el carbono alrededor del mundo podrían ir a parar a un fondo global, que constituiría como una especie de patrimonio de cada ser humano. El dividendo podría ser fijado en unos 5 $ por día (el mínimo necesario para una nutrición básica), corregido en base al poder adquisitivo de cada nación. O podríamos establecerlo según el umbral de la pobreza de cada país, o según algún otro índice nacional. Los estudiosos ya están investigando cómo podría ser diseñado tal sistema.

Ya sabemos, a partir de los experimentos realizados, que una renta básica puede proporcionar resultados impresionantes, reduciendo la extrema pobreza y la desigualdad, estimulando las economías locales y liberando a las personas de tener que aceptar condiciones laborales esclavistas, simplemente para poder mantenerse vivas. Si se pusiera en marcha más ampliamente, podría ayudar a eliminar los “trabajos basura” y reducir la producción innecesaria, garantizando un muy requerido alivio para el Planeta. Aún continuaríamos trabajando, por supuesto, pero nuestro trabajo sería probablemente más útil y significativo, mientras que las labores mezquinas pero necesarias, como la limpieza de las calles, estarían mejor pagadas, para atraer a trabajadores dispuestos, dignificando así las ocupaciones despreciables.

Pero quizá lo más importante de todo es que una renta básica podría derrotar la mentalidad de la escasez, que se ha infiltrado tan profundamente en nuestra cultura, liberándonos de los imperativos de la competencia y permitiéndonos ser personas más abiertas y generosas. Si se extendiera universalmente, más allá de las fronteras, podría ayudar a inculcar un sentimiento de solidaridad, un sentimiento de que estamos todos juntos en lo mismo y de que tenemos el mismo derecho sobre el Planeta. Podría aliviar la ansiedad que nos han causado el Brexit y Trump y bajarles los humos a las tendencias fascistas que se manifiestan en todos lados como nacionalismo y que se están propagando en gran parte del mundo.

Nunca lo sabremos mientras no lo intentemos. Y debemos intentarlo, o prepararnos para un siglo XXI de casi segura miseria.

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(Traducción de Ángel Bravo)

(La versión original de este artículo puede consultarse en https://www.theguardian.com/global-development-professionals-network/2017/mar/04/basic-income-birthright-eliminating-poverty)

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